dilluns, 8 de març del 2021

                                   Nota sobre el feminismo

              El feminismo aún se queda corto en sus exigencias, hoy por hoy

 

Empecemos por una verificación previa: una mujer no es un hombre. No quiero hacer juegos de palabras —y aunque lo que voy a decir parezca ridículo—, pero una mujer es "mujer" en tanto que no es hombre, y, viceversa, un hombre es "hombre" en tanto que no es mujer. Y no hay término medio, biológicamente hablando. Los "estados intersexuales" de que hablaba el cándido doctor Marañón, y la charlatanería psicoanalítica sobre el tema, sólo alcanzan a explicar, si a tanto llegan, determinados comportamientos eróticos: sea cuestión de hormonas, sea cuestión de complejos, la homosexualidad, por ejemplo, no altera el planteamiento. El homosexual masculino, no por serlo deja de ser un "varón", incluso si se trata de un afeminado, y la homosexual femenina sigue siendo una "hembra" de todas todas, sin descartar a las viragos. Una "mujer" es una "mujer". La sociedad en que vivimos, y desde hace siglos, es, a unos determinados niveles, quizá decisivos, una sociedad "masculina". En ella, el sitio de la "mujer" es secundario.

La protesta feminista, actual, no sólo es lógica sino inevitable y urgente. Más todavía: es necesaria desde el punto de vista "masculino". Las discriminaciones jurídicas, las éticas, las políticas, vienen de lejos: del derecho romano, de la tradición judeocristrana, de Mahoma, y de mucho antes que todo eso. Ha llegado el momento de suprimirlas. La tendencia general, de momento, se limita a atenuarlas. Entre otras razones, porque un igualitarismo de sexos, aunque fuese reconocido por los códigos —y no lo es—, no terminaría por arreglar las cosas. Los prejuicios pesan más que las leyes. La batalla a librar, por las feministas, y por los "hombres" que reconocen los "derechos de la mujer", tiene todas las de ganar. Que las mujeres sean ministros, magistrados, catedráticos, notarios, campeonas olímpicas, literatas prodigiosas, genios del laboratorio, y cosas así, ya no es insólito: no digo que sea frecuente, desde luego. El papel subordinado de la mujer como mano de obra campesina arranca del paleolítico, y luego, se ha sumado la mujer-artesana, y la mujer-proletaria, y la antigua y tradicional mujer-criada.

Y eso continúa. Más la llamada mujer-objeto. Más... Todas las quejas de las feministas son claras e irrefutables. Quien aventuró la fórmula de que la mujer es el proletario del hombre no anduvo equivocado. En principio, al menos. Porque de todo esto tendríamos mucho que hablar. Un desvergonzado sainetista griego —de la "antiguedad"—, Aristófanes, ya puso el dedo en la llaga Su comedia Lysistrata contempla la eventualidad de una huelga de vulvas, y las mujeres se imponen a los hombres. Las nociones de "patriarcalismo" y de "matriarcalismo" que emplean los antropólogos no son fáciles de precisar sobre el terreno. El "machismo" multisecular ¿fue tan "machismo" como sus "machos" han dado a entender? ¿Quién mandaba en casa? Y de casa al municipio, y del municipio al Estado... ¿No fue dicho que la monarquía absoluta del Rey Sol fue un absolutismo mitigado por las queridas del monarca? Las mujeres han protagonizado la historia tanto como los hombres, a nivel decisivo de poderes. La nariz de Cleopatra, gracias a Pascal[1], si no me equivoco, es una referencia graciosa.

No quiero entrar ni salir ahora en la historia-anécdota. Y no la desdeño. De todos modos, pienso que la "lucha de clases" tampoco agota la explicación. Soy de los que creen que la lucha de clases es el motor de la vida colectiva Con reservas, sin embargo. Las mujeres ¿son una "clase"? Las feministas se ven a sí mismas como "clase" o algo parecido. Son algo distinto: son mujeres. Y como tales, pueden y deben enfrentarse al predominio de los hombres. Las mujeres han "mandado" de trasmano y a su modo, con la estrategia de Lysistrata o con otras. Bien mirado, ellas son las que han mandado siempre. Pero a través de los hombres. El feminismo se estabiliza cuando la mujer, para afirmarse, prescinde del mando, del amante o del hijo. O sea: en vez de ser la mujer del hombre que ocupa el cargo, ocupa ella el cargo. Pocas son todavía las mujeres que "mandan" como mandan los "hombres"... 

Poco a poco, ese feminismo se impondrá. Desde siempre hubo "reinas". Eso es una inflexión dinástica, a veces importante. Pero ahora ya hay ministras, presidentas de consejos de ministros, directoras generales, magistradas, diputadas, alcaldesas... Me pregunto si estas nivelaciones hombre-mujer —o varón-hembra— son lo que tendrían que ser. Y no lo creo. Precisamente porque una mujer no es hombre. Son confecciones biológicamente diversas. Por más que pugnen las feministas no dejarán de ser mujeres, sujetas a la menstruación, expuestas al embarazo, destinadas a parir. El varón, en todo ello, juega un papel menos complicado. Y no porque lo quiera: es el suyo. Cualquier varón, por el solo hecho de serlo, domina a la hembra: a rango humano, por lo menos. A rango humano civilizado, si se me permite la precisión.

El feminismo aún se queda corto en sus exigencias, hoy por hoy. Pero tiene un tope: el de la estructura del cuerpo y de su función de cara a la reproducción y a la perduración de la especie. Personalmente, opino que no conviene que la especie se multiplique. Pero las señoras están para eso: para ser fecundadas. ¿O no? De ellas depende. Una hembra humana fecundada y dispuesta a dar a luz ¿puede ser todavía feminista? Tendrá un crío, y de mujer se convertirá en madre, que es otra "categoría". Me temo que las feministas actuales no han reflexionado bastante sobre su condición femenina".

La "condición femenina" no es una figura social, como lo es el aristócrata, el burgués o el proletario. Es una entidad específica dentro de la especie. El "feminismo" posible ha de partir de esta obviedad. La "mujer" no es "hombre" y ha de pagar por no serlo. Establecida una utópica "igualdad de sexos", sería mentira. Digo yo, y mientras no me demuestren lo contrario.

Joan FusterJano, nº 417. Barcelona, 4-IV-1980



[1] La idea del cèlebre "nas de Cleopatra" per a il·lustrar la transcendència històrica que factors concrets i atzarosos poden arribar a tenir, Fuster el manlleva d'una famosa frase de Pascal —el qual assegurava que si Cleopatra haguera tingut el nas una mica més llarg o una mica més curt, el destí del món hauria estat un altre—; els atributs nasals de l'egípcia no solament apareixen referenciats en Diccionari per a ociosos,  26-27) i en Diari 1952/1960, 231, sinó també en altres articles. [Joan Borja. “La prosa d'idees de Joan Fuster: de l’article periodístic al volum d'assaig”, dins Memòria i Literatura. La construcció del subjecte femení. Periodisme i autobiografia. Ed. Denes, Alacant/València; pàgs. 245-256.] (ICR)

divendres, 19 de febrer del 2021

MELEAGRE (Joan Borja. 1998. Ed. Mascarats Altea)

[ps. 29-31]

Fer-nos viure enmig del caos vital és una mala broma dels déus. Ni tan sols Meleagre, que compta amb tota la força dels mites i la complicitat secular de la mar, pot lliurar-se dels trastornque comporta el sacseig de viure. Tanmateix, l'instint, tan absurd com inexplicable, ens condemna a la supervivència. Els gens ens fan —misteri insondable de la naturalesa— d'una pasta soferta i resistent: ens adaptem als canvis i, contra pronòstic, reeixim a fer casa nova sobre les cendres de les etapes que s'han anat cremant. És, evidentment, un mecanisme d'autodefensa; l'alternativa fóra podrir-se d'enyorança i depressió cròniques, el suïcidi col·lectiu. Ara bé: aixòque ens permet continuar vivint, aquesta capacitat d'adaptació, tan animal, tan primigènia i tan imprescindible —l'oblit com un ventim suau que renova la pols— presenta també el risc de la hipertròfia.


Meleagre, amb els ulls blaus de mar i de coneixements, ha fondejat la seua minúscula vela blanca —la vida, els somnis— a Altea. I ell, que dels records ha de fer vida nova, constata el perill. L’oblit pot ser dolç, l'amnèsia és sempre amarga. I Meleagre pateix. Pateix perquè el seu poble és, cada dia més, terra erma per al record. Fantasiejar el futur, tan prenyat de reptes, no implica renunciar a la memòria. Més encara: sensememòria individual i col·lectiva— el futur resulta insípid, un regal inútil. Vivim i l’única penyora que en queda és el record. I a Meleagre li vénen ganes de cridar: "No renuncieu a la memòria! Preserveu-la! Preserveu-la!"


Tan bèstia és la metamorfosi del nostre món que sovint confonem la necessitat d'adaptació amb la renúncia al passat. Són massa les víctimes d'aquesta metamorfosi. Resulten patètics, per a Meleagre, els germans que enterren els orígens a canvi d'una butxaca plena. I això és cosa ben usual en el nostre temps. Meleagre no pot evitar un buit al cor quan veu que l’indígena mediterrani es frega les mans després que ha malbaratat l’orsagrat de la seua terra per uns miserables trossets d'espill rovellat i brut.


La confusió és gran en un temps tan agitat i convuls com el nostre. Avancem despentinats per l’espiral que ens porta a un nou món —el món de la utopia possible, els descobriments i l'oci. És el moment de reflexionar quina és l’Ítaca que busquem i, sobretot, com volem viure-la. L'Ítaca que la tècnica ens permet albirar justsobre la ratlla de l’horitzó ens proposa reptes sense precedents en la història de la humanitat. Ítaca! Sí, Ítaca! Un calfred ens hauria de recórrer l’espina: després de generacions i segles navegant de naufragi en naufragi, per fi la càlida aigua d'Ítaca, l’arena blanca. Meleagre, que en sap bona cosa de les riqueses d'Ítaca, no pot reprimir-lo, el calfred; ni pot tampoc evitar que la pell se li faça de gallina. Però pateix. Pateix perquè, al mig del vèrtex, negligim la mateixa mar que ha creat Ítaca, i oblidem que la mar és l'únic camí per a accedir-hi. Sense la mar —sense la terra, la natura, la història, les paraules—, l'Ítaca de la ciència serà un desert gris, vulgar, de cendra i sal. Meleagre sap que, sense la memòria —sense els arbres, les gavines, les passions, els somriures—, no solament llançarem a perdre Ítaca, sinó també això és més trist!— el viatge que hi porta. Desmenjats, beurem la llet freda de la indolència. I ens sorprendrà que els miserables trossets d'espill rovellat i brut que sostenim a la  ens retornen el rostre agrit i velde la misèria.